jueves, 27 de marzo de 2008

Carta a Andrés, autor de la novela Velleza, a propósito de un libro de Tolstói que ando leyendo.

Querido amigo, ahora alcanzo justo el ecuador de Confesión que escribe y firma ese gigante ruso hacia el que sé profesas bastante admiración. Como no quiero faltarle a él, repito: es pronto aún para sacar conclusiones, no obstante, ciertas cosas que dice, apunta y que parece empieza a perfilar me han llevado a reflexionar acerca de mí y de mi obra y por ende de la tuya, ya que es justo decir que sólo su título(hablamos de Velleza)demuestra que está a mí consagrada.
Reflexiono acerca del discurso de Tolstói, uno que parece abocado a un nihilismo atroz, pero que puede, termine por desembocar en un vericueto insospechado.
Me da a mi Andrés que ese discurso se asemeja mucho al que pones en boca de mi antagonista en tu novela, Oria. Pero el proceso de Oria en tu librito es el de una redención, precisamente, de ese nihilismo que absorbe y paraliza y cuyo punto de inflexión se haya en su revelación de la Velleza, la única belleza, humana y majestuosa, en la que habita extática la Vida.

Me explico: que Oria, pobre, asumió como propio un discurso especulativo para explicarse las mareas de la existencia. Y que este ofrece más dudas y preguntas que propiamente respuestas. Y que dudar, sin ser malo, te pone al descubierto, que tampoco es malo, a menos que no tengas una buena certeza a la que aferrarte, aunque parezca impuesta. Y es que estar a descubierto te obliga a protegerte, pues de un modo u otro, convivir con ciertos vacíos de conocimiento puede provocar miedo.
Cuando hablamos de mareas de la existencia me refiero a las preguntas de siempre, ¿adónde vamos? ¿de dónde venimos? ¿tiene sentido todo esto?
Tostói, por lo que he podido leer hasta ahora, era un maniático perfeccionista, manía esta que pese a procurarle tormento a él, nos ha brindado al resto un genial novelista y humanista. Oria comparte con Tolstói una inteligencia y sensibilidad sobresalientes, así como un sentido crítico obstinado y tenaz.
No a los brutos se les plantean estas preguntas.

Tolstói confiesa que llegado a la edad de cincuenta años y comenzando a presentir su declive físico de algún modo desencadena –no lo dice así- a esa fierecilla hipercrítica y perfeccionista contra sí mismo. Pone en tela de juicio sus obras, su vida, sus creencias y el mundo en general con una minuciosidad y sinceridad pasmosa. Tantea cuantas fuentes de conocimiento y ramas del saber halla a su alcance y concluye que la vida, su sentido, le es inextricable. Y el perfeccionista que es, cómo iba a aceptar una derrota así sin más, y nos muestra entonces muy a las claras de qué forma un vacío de conocimiento contra el que nada puede y que escapa a su control, lo exaspera al punto de negar la vida.
Nos cuenta Tolstói que consideró seriamente suicidarse. Que perdido el sentido de la vida, a la que –como no puede aceptar su derrota e impotencia que le causa- tilda de absurda, tan solo existe la muerte. Esta constituye la sola certeza a la que se aferra, y que no sé por qué extraño mecanismo equipara a la nada.
Nos cuenta que la muerte es lo único cierto, y que la vida no es sino un mero despropósito. Tolstói –el gigante luchador inconformista- baja entonces los brazos.
Después de a la ciencia consulté a los sabios, nos viene a decir, de Buda extraje “es imposible seguir viviendo sabiendo que el sufrimiento, el debilitamiento, la vejez y la muerte son inevitables; es preciso liberarnos de la vida y de toda posibilidad de vida” y de Salomón “todo en el mundo, la necedad, la sabiduría, la miseria, la riqueza, la alegría, el dolor, es vanidad y nadería. El hombre morirá, y nada quedará. Y esto es absurdo”
Y concluye “todo es vanidad. Feliz el que no ha nacido; la muerte es mejor que la vida, hay que librarse de ella”.

Tal vez ahora se entienda mi par de sonetos titulados horror vacui, en el que expongo que somos aquello que decimos ser mientras queramos serlo y reconocernos en ello. La crisis de Tolstói –tan tan humana- no debiera invitarnos a, en un arrebato de sinceridad, negarnos tan profundamente como para retirarnos toda posibilidad de ser. Ser es un verbo mágico, el verbo copulativo por antonomasia y que nos permite probar a ser lo que queramos. Un arrebato de sinceridad útil y deseable sería mejor que recluirnos en un no ser implacable, partir de que efectivamente no somos nadie, pero que podemos ser lo que queramos, y creerlo y saber extraerle sus frutos a esto, pues también tiene su ciencia, bien pudiera ser un planeamiento mejor que el negarse como digo toda posibilidad de ser rotundamente.

Y me da a mí que Tolstói, como Oria, va a terminar invirtiendo y dando alas a su discurso. Porque adoptar un discurso vitalista después de tamaña destrucción negativista, y de apartado retiro en una soledad depresiva, o te conduce al fin o te lleva a reencontrarte con las fuerzas vivas que anidan en tu interior. Alentado por éstas, un discurso comenzará a emerger, uno de esos que alienta a aquellos por los que nadie ya daría un duro, y que tira de orgullo y de amor propio y rebosa belleza y vigor, pues así se expresa la vida.

El germen de ese discurso por cierto lo anuncia enigmáticamente el Jesús-Cristo bíblico cuando en su última exhalación parece increpar a Dios, con su “Dios mío por qué me has abandonado” y que no es sino el principio de un salmo davídico que comienza con ésta y otras increpaciones para después resurgir como un fénix una vez ha tocado fondo y allí, en esas profundidades, tomado contacto, consuelo y misteriosa fuerza en el Dios-en-nosotros.

Yo mismo en cierta ocasión –una de esas que se repite cada x tiempo- me lamenté de mi mala suerte e incomprensión poética tras otro de esos fracasos míos. También yo había puesto lo mejor de mí mismo en algo que aparentemente solo causaría indiferencia, y eso una vez más, y ya iban muchas.
Me lamenté y así como lo verbalicé.

Volver de vacío

A expensas mío
Mi sombra me antecede
Un foco delator que me ilumina
Y –qué perversa la vida-
Me aureola.
Qué lúgubre corona. De vacío
Los hombres se prefieren esa sombra
Que les recuerda el día en que la luz
Tuvo en ellos un cuerpo intraspasable.

Por suerte recordé
Que el mañana está siempre por venir
Y que la aurora, esa reválida
Arrastrará a su curso
Aquellas luces tétricas
Aquel tétrico enjambre de luz
sin luz alguna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estrella....