sábado, 22 de marzo de 2008


Inauguro aquí este espacio haciendo alguna que otra consideración.
La primera de ellas hace mención al título que he escogido para este blog.
Sobremesa.
Fue de sobremesa que Fedro, Sócrates, Agatón y otros entablaron discusión acerca de Eros. Y es a Eros a quien quiero consagrar este humilde y apartado recodo cibernético.
Aquella célebre conversación de sobremesa quedó recogida en un memorable libro de Platón, el banquete o simposio. Cuentan que el bueno de Sócrates se acicaló incluso para acudir a aquella cita, siendo él descuidado como era. Cuentan también que alguien propuso al término del banquete propiamente el tema del amor pensando que tal vez éste habría de mezclar bien con el vino. Que el amor se presta a dar que hablar es bien sabido, y que el vino invita a ello, no lo es menos, y prueba de esto es que aquella mezcla ha llegado a nuestros días recogida en un libro que por más siglos de antigüedad que tenga no pierde sin embargo un ápice de actualidad.
Se interrogan unos y otros, por turnos y en rondo, acerca de la naturaleza de Eros. Todos elogian de un modo u otro al dios, hasta que la palabra alcanza a Sócrates. El encomio de éste dista del de aquellos en su replanteamiento inicial acerca de la naturaleza de Eros. Cuenta que Diotima le inició en las cosas del amor y que a instancias suyas supo que el bueno de Eros no es divino, ni tampoco mortal sino un ser intermedio llamado daimón. La función de estos seres es la de conectar a mortales e inmortales. Lejos de halagar las cualidades de Eros, afirma más bien que éste carece de ellas puesto que de ser así no hallaría cuidado en proveerse de ellas pues estaría ya bien servido. Eros, viene a decir, es el principio por el cual el hombre ama perpetuarse en lo bello.
Su genealogía es la que sigue, siempre según Diotima: hijo de Poro –el Recurso- que a su vez hijo de Metis –la Astucia-, y de Penía –la Necesidad-, Eros se muestra como un necesitado al tiempo que arrojado y con recursos.
Y antes de ceder la palabra al mismo Sócrates y de que éste a su vez me devuelva a mí el testigo de nuevo, recalco que el recorrido del encomio corrió de boca en boca de izquierda a derecha, de corazón a corazón.

“Así pues, por ser hijo de Poro y Penía, Eros ha quedado en las siguientes condiciones. En primer lugar, es siempre pobre y dista mucho de ser delicado y bello, como cree la mayoría, sino que es duro y flaco, descalzo y sin hogar, duerme siempre en el suelo y sin mantas, acostado al raso en puertas y caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia, por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otro lado, por tener la índole de su padre, está al acecho de los bellos y de los buenos, y es valeroso, intrépido e impetuoso, cazador formidable, que siempre está urdiendo alguna trama, ávido de conocimiento y fértil en recursos, amante del saber a lo largo de toda su vida, formidable mago, hechicero y sofista.”


Se acuesta al raso en puertas y caminos
De harapos viste y mora entre la gente
Tiene ralos los pelos y en la frente
La arruga del amante del buen vino.

Se le llama hechicero e invidente
Divulgador de graves desatinos
Sofista o bien amigo de asesinos
O príncipe de pobres e indigentes.

Proclamado: maestro de la ciencia
De gañanes, juerguistas y embusteros;
Emérito doctor de la elocuencia
Malandrín y farsante y pordiosero;
Y más que un dios, demonio en la indigencia
O esto al menos, Diotima dijo de Eros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conecta a mortales e inmortales, y bien que lo hace, yo voy a olvidarme de lo harapiento, aunque la indigencia es profesión de románticos, y no tendría por qué ser una contra. Y lo sigo construyendo bello en mi cabeza, a pesar de los pelos ralos, porque ni esforzándome sé verlo de otra manera. Siempre el amor en el pecho o abriéndole hueco. Eróticos y a menudo feos, somos todos (por fortuna!)